Cuando el 27 de enero se conmemoró a las víctimas del Holocausto y se recordó la resistencia del ghetto de Varsovia contra el opresor nazi, en medio del aislamiento internacional al que fuera sometido por los Estados “amigos”, los ojos de la humanidad estaban puestos en la Franja de Gaza, aún sitiada, aislada y sometida por uno de los ejércitos más poderosos del mundo.
Ese día de homenaje y recordación fue instituido por las Naciones Unidas, las mismas que facilitaron 22 días de bombardeos a la población palestina, y que aún no saben si sentarán al gobierno de Israel y a sus jefes militares en el banquillo de los acusados por crímenes de guerra y por violar la legislación internacional de ayuda humanitaria.
Los ojos de la humanidad miran y acompañan a las víctimas masacradas en Gaza y repudian las políticas terroristas del Estado de Israel en esa región.
La analogía con la conmemoración no es caprichosa: es el mismo Estado de Israel el que impulsó la recordación de las víctimas del nazismo y hoy propagandiza un incremento del antisemitismo global como producto de su invasión y del genocidio en Gaza. Toda una confesión, de parte de quien se supone iba a defender a los judíos del mundo para que no sufriéramos más este tipo de agresiones.
En nuestro país, donde se han movilizado decenas de miles contra esta criminalidad, no se ha registrado una sola víctima del supuesto “tsunami antisemita”. De esta manera, DAIA y la Embajada de Israel vulgarizan el concepto de antisemitismo al confundir deliberadamente el repudio popular a los ataques del Estado de Israel con los ataques a individuos o a instituciones por su condición religiosa o étnica.
Cuando los hubo durante la dictadura militar y en la voladura de la AMIA, los ataques antisemitas fueron cometidos y/o encubiertos por el Estado argentino y sus fuerzas de seguridad. Israel fue entonces su cómplice en el encubrimiento y sostén internacional. Ahora, es el Estado argentino el que refuerza sus vínculos económicos (Tratado del Mercosur, Ley 26.437) y su complicidad política con el Estado de Israel en la masacre de Gaza.
El gobierno israelí manipula una acusación internacional de antisemitismo y pretende que los estados enfrenten y prohíban la manifestación del repudio popular contra esta política de exterminio.
Un aspecto de esta manipulación consiste en descalificar y hasta ocultar que somos muchas las víctimas del terrorismo de Estado en AMIA que nos solidarizamos con las víctimas del terrorismo de Estado en Gaza. Resulta que ahora yo, que soy una damnificada de la masacre de la AMIA y de origen judío, que sé que el Estado argentino es responsable de este atentado en, al menos, su “encubrimiento agravado”, y que defiendo a las víctimas de la criminalidad de los Estados en Israel y en la Argentina, me estaría aprovechando de esta situación internacional para provocar el antisemitismo hasta ahora encubierto y reprimido. ¡Un verdadero disparate! El nivel de manipulación para confundir a la opinión pública no conoce límites.
Los ojos de la humanidad están ahora más abiertos que nunca.
La política genocida en Gaza nos afecta a todos, nos avergüenza y sus consecuencias serán padecidas por generaciones. Su crítica y su cuestionamiento se hacen indispensables para defender los valores éticos y morales de la vida y del derecho a la existencia de los pueblos del mundo. En el homenaje a las víctimas del Holocausto y en la recordación de la heroica resistencia del ghetto de Varsovia, sumamos nuestra solidaridad para con el pueblo de Gaza, que se resiste a vivir en un ghetto, confinado entre muros y condenado a subsistir en condiciones infrahumanas.
(APEMIA) - apemia2002@yahoo.com.ar
2 comentarios:
Patria tomada
Romina Ruffato (febrero 2007)
Beiti beitak. El viejo proverbio árabe ‘mi casa es tu casa’ suena como una paradoja insultante en la Franja de Gaza. En lo que, junto a Cisjordania, la mayoría de los medios de comunicación coincide en llamar los ‘territorios palestinos’. Palestina dentro de Israel, un pueblo atrapado en un Estado ajeno sobre suelo propio. Un muro de horror y alambre señala el fin y el principio: donde termina el ‘nosotros’, comienzan ‘los otros’.
Allí, la distancia no se mide en kilómetros sino en muertos. A mayor cantidad de sangre, más lejos se está de la posibilidad de parir una paz con justicia. El espacio pierde su dimensión y el tiempo su lógica, en esa especie de aleph contemporáneo, donde todo pasa hoy, que fue ayer y será mañana. Parece un círculo diabólico, en la tierra del Dios monoteísta, con el mismísimo Satanás dirigiendo con su tridente a la orquesta sinsentido de la violencia.
Claro que los motivos son mucho más terrenales: estratégicos, económicos, políticos y sociales. El ‘conflicto de Medio Oriente’ es un concepto cómodamente instalado para sintetizar (como si fuese posible) el desgarramiento de una nación en dos puntos señalados con rojo en algún mapa. Pero las fronteras dejan de ser líneas punteadas con lápiz negro y se corporizan en puestos de control y soldados con armas largas. En la (sobre)vida cotidiana, los palestinos no tienen más remedio –para tanto dolor- que acostumbrarse a la paciencia. Larguísimas filas de hombres, mujeres y chicos, documentos en mano, teniendo que ‘justificar’ a dónde van y para qué. Teniendo que justificarse a sí mismos.
En los últimos meses, el gobierno israelí decidió poner en marcha un bloqueo contra la Franja de Gaza. Si pensamos esa ciudad como un ser humano, podríamos decir que le ató las manos y los pies. Para que no pueda trabajar, para que no pueda caminar. Luego le enroscó una cuerda al cuello y comenzó a tirar. La asfixia se volvió ley (avalada por la Corte Suprema israelí): nada entra, nadie sale.
Hace algunas semanas, Israel provocó, literalmente, un golpe de tensión. Bajó las palancas de la central eléctrica que abastece al millón y medio de personas que habita en Gaza y lo dejó sin luz. Casas, escuelas, edificios públicos, hospitales, todos a oscuras. Si los palestinos hubieran podido encender sus televisores, hubieran visto la ‘enorme preocupación’ con que la ‘comunidad internacional’ miraba –cual Gran Hermano diplomático- lo que estaba sucediendo. Sin combustibles, alimentos, medicinas, hubieran escuchado las declaraciones de varios países que ‘pedían’ el cese del bloqueo. De todos modos, la información –como la muerte- siempre llega. Sabrán disculpar entonces los señores presidentes, pero los palestinos estaban ocupados con otras urgencias y no tuvieron tiempo de agradecer el gesto.
Verdadero Horror es la guerra. Me uno a las acertadas ideas vertidas en la nota publicada en Página 12, destacando la frase de la autora: "Los ojos de la humanidad estàn ahora más abiertos que nunca" pero lamentando que los corazones de aquellos que tienen el poder en sus manos para frenar esta locura se encuentren totalmente cerrados, clausurados, ajenos a la defensa de la vida y de los derechos.
El comentario de Romina Ruffato es elocuente, especialmente la ironía con la cual finaliza.
La vida, la paz, la dignidad, son valores que allí, en Gaza, hoy no existen y los "ojos de la humanidad miran y acompañan a las victimas y repudian las políticas terroristas de Israel"
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