sábado, 19 de diciembre de 2009

DICIEMBRE DE 2001






Un cuento diferente, Claudia Korol

Ese diciembre, fue diferente.

Cuando empezó, todo parecía igual. Igual, e incluso peor…

Para los pobres, hambruna. Para el medio pelo, corralito.

Es decir, ni para impuestos ni para turrones había esa vuelta.

La gente trataba de cumplir el ritual de todos los diciembres, pero no llegaba.

Y eso, eso sí que desespera.

Porque una cosa es no llegar en enero, con todo el año por delante. No llegar en julio, con la esperanza de medio año todavía… Pero no llegar en diciembre es lo peor.

Es casi como el fin del mundo que se anunciaba dos diciembres anteriores, cuando cambiaba el milenio.

Las profecías decían que todos desapareceríamos… E eso en parte era un alivio. Pero también causaba cierta inquietud. Para algunos, inquietudes filosóficas. Para otros, inquietudes teológicas.

Para algunas, inquietudes domésticas. ¿Qué podríamos cocinar para la última cena? ¿O sería el momento de que cocinen ellos? Y si ellos cocinaran… ¿No sería el fin del mundo?

Pero me fui de tema. Porque eso fue en el diciembre del fin del milenio. Ahora te estoy hablando del diciembre del 2001.

Ya sabíamos para entonces, que el mundo no se había terminado. Ya sabíamos que ellos no cocinaron la última cena, ni las que le siguieron. Ya sabíamos que no íbamos a llegar a fin de mes, que era lo mismo que decir, a fin de año.

Un incendio parecía empezar a arder adentro nuestro. Era una mezcla de bronca, con impotencia.

Si el mundo va a seguir, no puede seguir de este modo. Los hambrientos merodeaban los supermercados. Los otros merodeaban los bancos. Mezcla explosiva.

El incendio nos quemaba. Claro, algunos atizaban el fuego. Pero eso no es lo principal.

Lo principal era que el mundo no se iba a terminar, pero que así no llegábamos a fin de mes. Y de pronto fue el asalto. No fue el romántico asalto al cielo que soñaron los chicos y chicas del mayo francés. Fue el asalto a los supermercados y a las calles. El incendio empezó a arder afuera nuestro, a regarse como pólvora.

Los pibes del barrio no decidieron llevar la imaginación al poder, ni nada que se le pareciera. Los pibes (y las pibas) decidieron no morir como moscas por el gatillo fácil. Saltaron entonces el corralito de las barriadas. Se fueron a incendiar el centro.

No fueron a meter las patas en la fuente, como en aquel 45. Fueron a quemar la fuente. La Plaza de Mayo se llenó de fuego, de humo, de lágrimas, de gritos. Que se vayan todos, era el santo y seña.

Todas lo gritamos. Todos menos ellos. Los cobradores de impuestos. Los dueños del corralito.

Saltamos, corrimos, cantamos, lloramos. Vimos caer a nuestros compañeros y compañeras, dolidos, heridos, pero dignos.

Este diciembre es diferente, pensábamos. Aun con tantas pérdidas, éramos nosotros.

Aun con tantos dolores, éramos nosotras. Ni arbolitos ni turrones. Era fuego lo que pisábamos y lo que tocábamos. Eran nuestras resistencias las que celebraban. Era la memoria la que ardía.

Fue diferente. Que se vayan todos.

Algunos, algunas, hoy lo recuerdan con una mueca de cinismo, y esos comentarios escépticos… ya todos están de vuelta.

Si, todos están de vuelta. Pero… ¿quién nos quita lo bailado?

Todos están de vuelta. Pero desde ese diciembre, también estamos nosotros y nosotras en la escena…

2001 es una huella. Diciembre, puede ser diferente. Y los pibes… presentes… hasta las victorias y hasta en las derrotas, siempre…

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Brindar la rosa
en el tiempo y el espacio mágico del aire radial.
Radializarla. Irradiarla.
Regarla con la poesía, la música, los dolores
y la esperanza que guarda la tierra.
Rehacer la rosa pétalo a pétalo,
Me quiere mucho,
muchito y todo.
Blindarla en el combate. Brindarla en el amor.
Risarla con alegre rebeldía.
La rosa brindada. Espacio de los intentos.


La rosa brindada

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