Por Guido Bilbao, desde Inglaterra
En la fila, dos chicas se dan piquitos y se muerden los labios mientras dos señoras que parecen recién salidas de un salón de té las miran, las celebran:
A orillas del Támesis la gente espera que se abran las puertas del Queen Elizabeth Hall. Es una fila interminable bajo una luna llena. Se saben afortunados: consiguieron sus tickets de 25 dólares, agotados desde hace varios días. Otros no pierden la esperanza y cargan pancartas improvisadas con la frase: "Return tickets!". Morrisey y Liza Minelli colgaron aquí también el cartel de sold out. Pero ninguno de ellos es la atracción de esta noche, sino Doris Lessing, una abuela de 89 años que leerá textos y responderá preguntas en su primera aparición pública después de haber ganado el Nobel de Literatura. Por problemas de salud, ni siquiera había viajado a recibir el codiciado premio.
En la fila, dos chicas se dan piquitos y se muerden los labios mientras dos señoras que parecen recién salidas de un salón de té las miran, las celebran:
-¡Cuánto le debemos a Doris Lessing!
-¿Por qué? -pregunta este enviado.
-¿Por qué? -pregunta este enviado.
-¿No has leído "El cuaderno Dorado"? El feminismo no existiría sin ese libro que inauguró la lucha por las libertades femeninas - responde una de ellas, señalando con un gesto a las jóvenes, que ya no se besan. Con las manos enlazadas, entran en la sala.
Las luces se apagan. Hay aplausos. A paso lento y de la mano de la moderadora, Doris Lessing avanza sobre el escenario. Se sienta en el borde de un sillón inmensamente negro y sin demoras comienza a leer fragmentos de su próxima novela.
El tema es la vida de sus padres. Cuenta que sufrieron mucho y no cumplieron sus sueños, pero que ella decidió hacer justicia. La primera parte revelará la felicidad que hubieran querido y la segunda, la que no tuvieron.
Luego, el público pregunta:
-¿Cuánto hay de los recuerdos de su infancia en lo que acaba de leer?
-Recuerdo los hechos que relato de forma muy consciente. Lo que no sé es por qué se recuerda lo que se recuerda. Uno de los grandes problemas a los que me enfrenté al escribir mi autobiografía fue discernir, entre los recuerdos, aquellos que eran verdad y aquellos que no lo eran.
-¿Por qué le interesa tanto la Primera Guerra Mundial?
-Todo el mundo se preocupa por estudiar la Segunda Guerra y en realidad fue la Primera la que dio origen a las tragedias del Siglo XX. Sin la Primera no hubiera habido Revolución Roja, no hubiera existido Hitler ni el exterminio judío. Claro, otras cosas sí pero, puestos a conjeturar, me interesa preguntarme qué hubiera pasado si se evitaba esa guerra.
-Muchos de sus personajes luchan por sobrevivir, de una u otra manera, ¿se siente usted una sobreviviente?
-No soy yo, es la historia del Siglo XX. Fue un siglo en el que sólo se trataba de sobrevivir.
-En el discurso que envió a la Ceremonia del Premio Nobel hizo una crítica al mundo virtual y dijo que para escribir se necesita espacio, ¿podría ampliar esa reflexión?
-Se necesita un cuarto, nada de teléfonos, una taza de café y unos buenos cigarrillos. Cada vez más encontramos escritores de un solo libro, que tienen éxito y después se pasan un año viajando y haciendo promociones y ya no tienen tiempo de escribir. Pasa que un buen editor puede vender a una escritora porque tiene cara bonita. Y que eso funcione. Pero yo hablaba de la atención necesaria para crear, cosa cada vez más difícil de lograr. Por ejemplo, intentar escribir con niños en la casa es el pasaje más directo a un ataque de nervios.
-Sabemos que no le gusta este concepto, pero muchas mujeres la siguen señalando como una fundadora del feminismo.
-¿Y a mí por qué me tiene que importar que crean eso de mi? No hay mujer que no sea feminista, no conozco a ninguna, y esa lucha ni empezó en los sesenta ni ha terminado.
-En algún lugar usted dijo que intentaba narrar a sus personajes de forma analítica y desapegada. ¿Cuál es la ventaja de este método?
-¿Yo dije eso?
- Lo leí.
-No es verdad, y además...¿Qué querrá decir de una manera analítica?
La gente estalla en carcajadas y la charla termina. Doris Lessing camina despacito, se balancea, mira el piso. Tiene 89 años y acaba de ganar el premio Nóbel. Al borde del escenario la esperan sus nietas.
Conociendo a Miss Lessing. En el Queen Elizabeth Hall, Lessing fue presentada como "un patrimonio Nacional del Reino Unido". Pero no siempre fue asi.
Nació en Irán, en 1919 mientras sus padres, ambos ingleses, servían a la Corona durante la Primera Guerra Mundial. Luego se trasladaron a Rodhesia -actual Zimbawe- . Allí, Doris creció y se hizo mujer, se casó dos veces y tuvo 3 hijos. Allí, en su corazon entró - definitivamente- África, materia prima de gran parte de su narrativa. En aquellos tiempos, la mujer que ahora es "un patrimonio Nacional del Reino Unido" sufría cierta hostilidad en cada viaje a Londres por su constante prédica contra la segregación de los negros en Sudafrica.
Llevaba más de cinco novelas publicadas cuando en 1962, ya instalada en Inglaterra, apareció "El cuaderno Dorado", su obra capital. Mil páginas divididas en cinco cuadernos que retratan a mujeres luchadoras, amor interracial, militancia comunista y la decepcion con Stalin, la soledad y el cuerpo según pasan los años.
Los críticos han repetido mil veces que esa obra inaugura el relato fragmentario posmoderno pero, sobre todo -como dijo la señora de la fila-, que es la piedra angular del feminismo.
Lessing rechaza cada pedestal que se le ofrece con una prepotencia de otro tiempo. Como cuando la Academia justificó el Premio Nobel en "su capacidad para narrar la épica de la existencia femenina", frase que le provocó arcadas. Suele decir Lessing que el asunto no pasó de una revolución sexual, que no critica, pero que el feminismo no mejoró la vida de las mujeres pobres y del Tercer Mundo.
Nadie que tenga un mínimo de sensatez querría vérselas con esta señora cuando ella escucha algo que no le gusta. La fama de su mal genio está a la altura de su fama literaria. Aunque a veces, su furia se expresa silenciosa: a finales de los '70, decidió escribir ciencia ficción y los críticos la trituraron. No dijo palabra. Cuando terminó su siguiente novela, se la envió a su propio editor pero con seudónimo. Se la rechazaron. En la carta le explicaban que tenía algo del estilo de Doris Lessing. Cambió de editorial.
Hasta aqui la nota de Guido Bilbao, solo agrego que este verano, en las apacibles arenas de Araminda, -una playita uruguaya-, leí "La buena terrorista" de Doris Lessing...e iré por más... (y soy muy mala lectora de novelas, aclaro)
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