El Movimiento Sin Tierra (MST) no sólo sigue aumentando y resistiendo, sino que tiene un reclamo interno de mayor lugar para las mujeres. Por ejemplo, en algunos campamentos ya no se permite vivir a ningún hombre que le pegue a su compañera, y ellas crearon fórmulas de cuidado de los hijos/as y de cocina colectivos. Una dirigente del MST explica el crecimiento feminista dentro de la toma de tierras.
Hace un año que Jane Beatriz Petrolino ve surgir de la tierra de San Gabriel, en Rio Grande Do Sul, en donde no había nada ni nadie –de la tierra deshojada de gente y de alimentos– maíz, mandioca, porotos, batatas y todo tipo de hortalizas, en una diversidad que se opone al monocultivo imperante en la cultura del desmonte y de la entronización de la soja. Hace un año que Jane las planta y las cosecha. Las come y las saborea como un triunfo no sólo de la naturaleza desquitada de fertilizantes y químicos, sino también de la idea de que la tierra es de quien la produce. Jane es parte del Movimiento Sin Tierra (MST) de Brasil. Y sabe cómo es que sus manos queden negras, cómo compartir con sus hijos –-tres varones de 25, 22 y 12 años– la comida que ella misma cosechó y usar el tiempo del fin de semana para ordeñar vacas y cortar la maleza. Pero también sabe pensar estrategias para que los y las que no tengan tierra la tengan y sabe ocupar con el cuerpo las tierras desocupadas como organizadora de masas del MST. Pero Jane no sólo sabe. También aprendió. “Sem feminismo nâo há socialismo”, dice la remera con la que recorre las calles de Tucumán, a donde fue invitada por “Feministas inconvenientes” para también reproducir –como el maíz y la mandioca– su experiencia en el 24º Encuentro de Mujeres, que se realizó del 10 al 12 de octubre, en el norte del país.
Hace 44 años que nació Jane, hace seis que acampa bajo la loma negra de la tierra y hace uno que la tierra –las 17 hectáreas que ocupan 225 familias y 320 chicos y chicas en edad escolar– es de ellos y ellas. Ellos y ellas son un pedacito de revolución que va de la alimentación a la economía, y de la economía a la equidad de género que, sólo en Rio Grande Do Sul, agrupa a 14 mil familias que, como en todo verdadero cambio, cambia la vida cotidiana. “Es muy gratificante porque producimos sin veneno, comemos con salud y somos independientes del mercado. Sobrevivimos del propio trabajo, comemos y vendemos el excedente para comprar lo que no producimos, sin patrón y sin señor ni señora”, reivindica la dirigente.
–En la Argentina hubo una protesta encabezada por un sector a los que los medios tildaron de “el campo”, en donde se confundían los peones con los estancieros. ¿Ustedes cómo identifican su arraigo con la tierra y sus diferencias con los dueños de las tierras?
–Nuestros mayores enemigos son los grandes latifundistas y la burguesía rural que no se preocupa por producir alimentos para terminar con el hambre, sino de la superexplotación de los trabajadores rurales. Cuando los grandes dueños de los campos hablan de reforma agraria hablan de monocultivo, y a los trabajadores sin tierra nos quieren dar créditos direccionados para poder comprar solamente semillas transgénicas. Por eso, nuestra lucha es contra la burguesía agraria.
–El crecimiento del MST siempre generó resistencias. ¿Cómo es la situación actual?
–En Rio Grande Do Sul antes gobernaba el Partido de los Trabajadores (PT) y ahora el Partido de la Social Democracia Brasileña (de centroderecha) y hay mucha represión judicial y policial porque quieren disolver al MST en nuestro estado. Tienen un sistema de represión con la ideología de la tolerancia cero y ya nos cerraron una escuela itinerante. Igualmente, nosotros/as seguimos adelante.
–¿Cómo crecieron las reivindicaciones de las mujeres dentro del MST?
–Aun en un movimiento social como el nuestro cuesta mucho hablar de temas polémicos como violencia doméstica y aborto. Se realizan muchos abortos, pero las trabas se dan porque no hay mucha apertura. Sin embargo, de a poco se está consiguiendo que las mujeres participemos más y, especialmente, que podamos tomar más decisiones. Durante los 25 años del MST éramos un 50 por ciento las integrantes de los campamentos, pero sólo ocupábamos lugares decorativos.
–¿Hay dirigentes varones que dentro del movimiento se resisten al crecimiento de las mujeres?
–Sí. Hay una tensión permanente porque, históricamente, los que querían manejar todo fueron los hombres, pero ahora nos están empezando a respetar. Nosotras defendemos la reforma agraria, la educación, la salud y un mayor nivel de socialismo, pero nuestro nuevo lema es que “sin feminismo no hay socialismo”.
–¿Cuáles son los logros concretos del feminismo sin tierra?
–Creamos un círculo de niños para que las madres puedan trabajar mientras sus hijos/as son cuidados, y generamos una forma de organización en la que se cocina para todos/as, que ayuda a que las mujeres terminen su tarea y no tengan la carga de cocinar para su familia. Queremos participar, pero también que las mujeres vayan ocupando cada vez más espacio. Y queremos conducir y avanzar más en nuestros derechos.
–¿Tuvieron que generar un espacio de género para pelear por los derechos de las mujeres?
–Sí. Cuando nos reunimos llamamos a nuestros encuentros “reuniones de brujas”, porque pensamos y compartimos acciones públicas para concretar nuestros derechos.
–¿Cómo manejan la violencia de género dentro de los campamentos?
–Nos preocupa mucho el tema de la violencia dentro de los movimientos y organizaciones. Las leyes que hay no alcanzan porque si la mujer va a hacer una denuncia, cuando vuelve a su casa, le pegan de vuelta. Por eso, hay campamentos en donde ya se decidió que no se admite la violencia contra las mujeres, y los varones golpeadores son expulsados.
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