El baterista de Callejeros, se informa, quemó viva a su compañera, que hoy sigue internada con riesgo de vida.
El tipo que en 1996 mató a su mujer de 113 puñaladas, Carolina Aló, ya está en condiciones de salir en libertad, se informa.
El baterista de Callejeros dice que no fue así. Que ella lo quiso ayudar.
Los que entienden de leyes dicen que el tipo de las 113 puñaladas cumplió 2/3 partes de su pena.
Tal vez el tema para pensar, no es exactamente qué sucedió en los departamentos en los que una mujer resultó quemada, y otra fue asesinada con 113 puñaladas.
O pensarlos, pero no sólo frente al hecho mediático que indica que lo que haga el baterista de Callejeros tiene mayor trascendencia que lo que hacen puertas adentro de sus viviendas, una enorme cantidad de hombres que construyen su poder, su fuerza, su manera de estar en el mundo, apoyados en la violencia contra las mujeres. Un mundo en el que el ejercicio del terror, se vuelve práctica cotidiana en la intimidad, allá donde supuestamente no se puede intervenir, porque todo queda en la esfera “de lo privado”.
Se dice que contra el baterista de Callejeros ya había denuncias anteriores que hablan de su maltrato. Incluso durante el juicio su ex mujer hizo esta declaración.
Una puede especular cuánto afecta a una personalidad violenta, la desestructuración producida por el desastre de Cromagnon –donde el baterista perdió a su madre-. Pero no es éste el tema necesariamente. O puede ser otro tema más, en el que se mezclan los debates que hacen a las formas que tenemos y elegimos para estar en el mundo, y los fallos y fallas de la justicia. Quiero decir: que el agite que la banda Callejeros integra en su modo de presentarse, en el que todo parecía permitido, y en el que el fuego tenía un lugar en el altar, no está al margen de un imaginario en el que la violencia y la sinrazón pueden ser los códigos de comunicación propuestos como culturas juveniles. Temas que quedaron cerrados con el fallo judicial que sobreseyó a todos los integrantes de la banda.
Pero insisto, más allá incluso de la personalidad pública que lleva a que el tema se vuelva otra vez primera plana, o más allá de lo que pueden conmover 113 puñaladas, lo que necesitamos discutir, tal vez, sea la manera de prevenir socialmente, culturalmente, colectivamente, todas las modalidades de violencia contra las mujeres, de las que estos casos son muestras extremas.
Porque es sabido, y en ambos casos estuvo claro, que no se empieza incendiando o apuñalando a las mujeres. Se comienza gritando, maltratando psicológicamente, amenazando, y presionando físicamente. Se comienza con un golpe. Se comienza con un desprecio. Se comienza con una burla.
Y desde el lugar de las mujeres, se comienza aguantando. Se comienza comprendiendo. Se comienza consintiendo y dando otra oportunidad.
14 mujeres fueron asesinadas en enero de este año. 230 tuvieron ese destino en el 2009. Los femicidios, son los casos más brutales de violencia contra las mujeres.
Pero sería más difícil llegar a estos extremos, si funcionaran adecuadamente las redes de prevención y de contención, de apoyo a las víctimas, de educación de la comunidad.
Sería más difícil llegar a estos extremos, si no fuera sólo una lucha de las mujeres, la denuncia de la violencia y de los femicidios, sino se hiciera parte de una auténtica movilización social, en la que los propios varones puedan cuestionarse y criticar las modalidades impuestas al patriarcado sobre las conductas supuestamente valorables de los machos.
Cuando las feministas decimos: el machismo mata, no estamos haciendo simplemente la repetición de un slogan. Estamos advirtiendo contra una de las maneras más dolorosas, más cotidianas, y más invisibilizadas de control de nuestros cuerpos, de nuestras vidas, y de nuestras relaciones sociales.
Todos los fuegos, el fuego
El caso de Wanda Taddei, la mujer que agoniza luego de sufrir un episodio violento con su marido –al que tanto los medios como el único protagonista que puede hablar nombraron como “pelea”–, Eduardo Vázquez, reaviva el debate sobre el femicidio sumando interrogantes a un problema que arroja miles de víctimas por año.
I
En la madrugada del miércoles 10 de febrero, Eduardo Vázquez y Wanda Taddei llegaron a la guardia del Hospital Santojanni. Los dos estaban quemados, pero mientras Vázquez recibió algunas curaciones y volvió a su casa manejando su propio auto, Taddei quedó internada con heridas de fuego en el 60 por ciento del cuerpo. Por la gravedad de las lesiones, fue inducida a un coma farmacológico y rápidamente trasladada al Instituto del Quemado, donde continúa en estado crítico. Dos días después, Vázquez declaró ante el fiscal de la causa haber sufrido un accidente junto a su esposa, que involucró, según sus dichos, una pelea verbal, una botella de alcohol tironeada y un cigarrillo encendido. Por ahora, sigue detenido a la espera de otros testimonios, pericias y la palabra de Wanda, principal protagonista de la escena.
La avalancha de conjeturas y derivaciones son conocidas por cualquiera que haya seguido el caso en estos siete días. Si Eduardo Vázquez no fuera el baterista de Callejeros, probablemente nada hubiera sido de público conocimiento. Sin embargo, la responsabilidad de la banda en la masacre de Cromanón abre una brecha pasible de ser analizada y discutida, en más de un aspecto y de manera interdisciplinaria.
Volviendo al caso propiamente dicho, las posibilidades de resolución, por el momento, parecen ser tres:
1) De recuperarse, el testimonio de Taddei coincide con el de Vázquez. Una pelea de pareja que culmina con el forcejeo de una botella de alcohol, la llamativa decisión de él de prender un cigarrillo (algo muy habitual después de empaparse con un líquido inflamable) y la asistencia de ella que, al querer ayudar a su marido, se prende fuego y, por alguna razón, recibe lesiones en una superficie 50 veces mayor que las de él. De esta manera, se caería la imputación por “tentativa de homicidio” contra Vázquez y se cerraría la causa.
2) El testimonio de Taddei inculpa a Vázquez, por lo que debería ser juzgado y condenado. Como en el caso anterior, Wanda debería recibir asistencia psíquica y física para recuperarse de las secuelas de la agresión.
3) Las pericias dan resultados negativos o confusos, no se cuenta con la declaración de Taddei (ella podría no recordar la secuencia de hechos tal como ocurrieron e incluso no querer declarar en contra de Vázquez) y se aplica
4) En el peor de los escenarios, Taddei puede morir y la causa quedaría sin resolver, siendo la versión de Vázquez la única y, por lo tanto, definitiva sobre el hecho.
En cualquier caso, es pertinente hablar de la situación de vulnerabilidad de Wanda Taddei y con ella, de las mujeres como género tradicionalmente apartado, debilitado y castigado por una sociedad patriarcal que, a la vez que se reconoce como democrática y plural, reporta más víctimas de violencia cada año y un tenor de indiferencia feroz en políticas públicas que acompañen a esas víctimas, al tiempo que difundan la importancia de un cambio de paradigma en la respuesta de las instituciones a los colectivos subordinados.
En
Por otra parte, el recorrido del relato periodístico sobre este caso comenzó con el punteado de siempre: un hecho confuso, una víctima, un antecedente penal de trascendencia pública y la pobreza de hipótesis. Los medios parecen haber aprendido muy poco del caso Pomar. Como dice la frase anterior,”los medios”, que es lo mismo que decir “nadie”, la responsabilidad sobre el mensaje es nula porque el mensajero es invisible, por lo que, en nombre de la noticia, se rumbea para el lado más convincente.
Si alguien ingresa en cualquier buscador de Internet “Eduardo Vázquez-Wanda Taddei”, la historia pasó de titularse “el baterista de Callejeros prendió fuego a su mujer” (Perfil, 10/02) a “la declaración del baterista de Callejeros es convincente” (diario Crítica, 14/02), con momentos memorables como “la médica declaró no haber escuchado que él la quemó” (Clarín, 12/02) o, como un diario publicó, “El magistrado recordó que el fiscal ya ha manifestado que la declaración de su defendido es convincente” (Clarín, 15/02). Por supuesto que en el último caso se trata de un error, ya que sería imposible que el magistrado tenga un “defendido”, se referían al abogado defensor de Vázquez. Pero vale la pena remarcar el fallido.
En ningún caso, se revisa el recorrido que el mismo medio hizo sobre el tema, ni se insiste en la importancia vital de la voz de Wanda, el carácter trascendente que reportaría su testimonio, las secuelas irreversibles que llevará en su cuerpo, de por vida. Sin duda, el tratamiento de esta noticia habilita una vez más la repetición exacerbada de la violencia hacia las mujeres, delito que se lleva más víctimas que el monstruo sin cabeza llamado inseguridad. A lo que hay que sumar la falacia cometida hasta el hartazgo: crímenes “pasionales”, cometidos por exceso de amor, que habiendo ocurrido en la intimidad del hogar no deberían tomar trascendencia pública, dejando lugar al silencio que supone que “cada relación es un mundo” y “andá a saber lo que pasaba en esas cuatro paredes”.
Para el psicólogo Jorge Garaventa, “los multimedios han hecho eje en la posibilidad del accidente y, en consecuencia, en la injusticia y el sufrimiento que significa estar preso. Poco y nada se dice de Wanda y su pelea con la muerte, que si la gana, le asegura años de dolor extremo y horror psíquico. Si asumimos que los multimedios suelen trasmitir el pensamiento medio, sin filtros, ¿será muy atinado afirmar que para el colectivo social, él está cursando su destino de hombre y ella el de mujer?”.
La de República Cromanón no fue una masacre privada. Fueron 194 muertes el saldo de la ausencia de un Estado que debería proteger, en este caso, a otro colectivo discriminado: jóvenes de clase media baja, seguidores del rock barrial, adolescentes mucho más cerca del clima cultural que habilita un buen futuro que del paco y, sin embargo, marginados en sus posibilidades de acceder a ese futuro.
La historia de este país está marcada por la tragedia de Cromanón pero poco parece haber motorizado un aprendizaje que ponga en práctica la máxima sobre los desaparecidos del último gobierno militar: Nunca más. Cabe preguntarse ¿la sentencia absolutoria que dejó libre de culpa y cargo a Callejeros no tiene nada que ver con la cadena de hechos que culminan con una mujer agonizante? ¿No es pertinente abrir un interrogante sobre el apoyo psicológico a las víctimas de aquel incendio, Vázquez incluido? ¿Es imposible pensar en la habilitación del episodio Vázquez-Taddei por la ausencia de responsables claros en Cromanón, y concretamente por la habilidad de la banda para “zafar” de su propia responsabilidad?
Demasiado afectados por la pérdida (la misma que avala la justicia por mano propia en el caso de que un chorrito de 16 años te afane el kiosco), los familiares de las otras víctimas de Cromanón son silenciados, acusados de “pasionales”. El mismo adjetivo que reciben tantos femicidas cuando matan a sus mujeres porque creen que ellas les pertenecen. Según Fridman, “esto no es íntimo ni no íntimo, es una muestra de que ni la justicia ni el Estado están entrenados para contener este fenómeno social gravísimo. La violencia contra las mujeres ha sido avalada y su erradicación involucra muchos aspectos que no se solucionan con una ley. Cuando hay una respuesta institucional hay amparo, y eso a la larga produce un cambio”. Respuesta institucional que estuvo ausente antes, durante, después y ahora, mucho después de aquella noche de 2004, lo que permite otras, nuevas, y por qué no, futuras “tragedias”.
II
Quemar, mutilar, desfigurar, marcar un cuerpo dejando una huella definitiva.
Hay una tradición en la violencia de género de sellar la agresión en los cuerpos de las víctimas y, en esto, Wanda Taddei no sería la primera ni la última mujer agredida con marcas indelebles. Casos emblemáticos como el de Carolina Aló, que recibió 113 puñaladas por parte de su novio Fabián Tablado (que esta semana puede recuperar su libertad) o el de Lorena Paranyez, que fue quemada con ácido muriático por encargo de su ex pareja cuando ella decidió cortar la relación, revelan una tradición en la violencia de hombres hacia mujeres. “La violencia machista rompe huesos, apuñala, trompea, quema... Y los cuerpos de las mujeres, las que sobreviven, son transporte vivo de esa marca que si va acompañada de impunidad, naturaliza, habilita y atemoriza. No se conoce un solo caso donde tras una muerte anunciada (una por día en Argentina), los agentes del Estado, responsables de prevenir, hayan sido sancionados por incumplir sus funciones”, afirma Garaventa.
Si bien los especialistas afirman que la simbología hay que pensarla de caso a caso, hay una tendencia en muchos agresores de dejar la huella de la dominación, construyendo una cara más de este complejo panorama. La periodista y activa feminista mexicana Mariana Berlanga, en su tesis “El feminicidio: un problema social de América latina”, aborda el tema desde una perspectiva a la que llama “de frontera” y abre la pregunta: “¿Cuál es la línea que separa al feminicidio de los demás asesinatos? (...) Considero esencial utilizar la noción de frontera para reflexionar acerca de este (nuevo) problema social. No todas las mujeres somos igual de susceptibles a ser asesinadas. Las mujeres más vulnerables, en este sentido, son aquellas que están en una condición liminal (de frontera): en el límite de la supervivencia, en el límite de una identidad, y en el límite de una frontera física en dos niveles: la del propio cuerpo, ya que su sexualidad es el detonante de la agresión, y la del propio país, territorio que termina y que comienza, pero cuya línea divisoria se desdibuja en un lugar de nadie, en una zona proclive a la delincuencia exacerbada, en donde se hace de la legalidad una burla y de la violencia, una forma de vida. Pero sobre todo, ver si efectivamente, el blanco del feminicidio son las mujeres que transgreden los roles, que se independizan, que no cumplen con ‘el deber ser’ que les ha sido asignado por una sociedad patriarcal”. En el caso de México, los cadáveres de mujeres de Ciudad Juárez aportan el carácter de objeto que el género femenino puede tener para el masculino. Allá, mueren tanto hombres como mujeres, pero son ellas las que aparecen mutiladas, violadas y torturadas, aún cuando no participaron de ningún enfrentamiento relacionado con el narcotráfico ni cualquier otro conflicto en el que se enmarcan las muertes de ellos. Por eso, cuando de cifras se trata, es fundamental separar el género, la clase, el contexto, para comprender el fenómeno. Allí es donde intenta redoblar su importancia la noción de femicidio, no sólo porque etimológicamente el homicidio es solamente un crimen perpetrado contra un hombre, sino porque la naturaleza del asesinato de las mujeres conlleva una lectura histórica que es necesario dimensionar para frenar su desarrollo.
El cuerpo de Taddei ya está marcado. Queda por ver qué se hace con esas marcas, cómo se las conecta con las otras, que empezaron en Cromanón o mucho antes, con la instalación de un sistema dominado por varones, atravesado por la impunidad y maniobrado con impericia en los espacios sociales de mayor fragilidad.
1 comentario:
Estoy totalmente de acuerdo, el machismo mata, sin ninguna duda, y por eso debemos luchar contra esa cultura patriarcal y hegemonica.
Otra sociedad es posible, luchemos para que sea realidad.
Besos...
MELISA
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