por qué seremos tan hermosas...
por qué seremos tan perversas, tan mezquinas
(tan derramadas, tan abiertas)
y abriremos la puerta de calle al monstruo que mora en las esquinas,
o sea el cielo como una explosión de vaselina como un chisporroteo,
como un tiro clavado en la nalguicie
-y por qué seremos tan sentadoras, tan bonitas
los llamaremos por sus nombres cuando todos nos sienten
(o sea, cuando nadie nos escucha)
por qué seremos tan pizpiretas, charlatanas
tan solteronas, tan dementes
por qué estaremos en esta densa fronda
agitando la intimidad de las malezas
como una blandura escandalosa cuyos vellos se agiten muellemente
al ritmo de una música tropical, brasilera
por qué seremos tan disparatadas y brillantes
abordaremos con tocado de pluma el latrocinio
desparramando gráciles sentencias
que no retrasarán la salva, no
pero que al menos permitirán guiñarle el ojo al fusilero
por qué seremos tan despatarradas, tan obesas
sorbiendo en lentas aspiraciones el zumo de las noches peligrosas
tan entregadas, tan masoquistas, tan -hedonísticamente hablando- por qué seremos tan gozosas,
tan gustosas
que no nos bastará el gesto airado del muchacho, su curvada muñeca:
pretenderemos desollar su cuerpo y extraer las secretas esponjas de la axila
tan denostadas, tan groseras
por qué creeremos en la inmediatez,
en la proximidad de los milagros
circuídas de coros de vírgenes bebidas y asesinos dichosos
tan arriesgadas, tan audaces
pringando de dulces cremas los tocadores
cachando, curioseando
por qué seremos tan superficiales, tan ligeras
encantadas de ahogarnos en las pieles
que nos recuerdan animales pavorosos y extintos,
fogosos, gigantescos
por qué seremos tan sirenas, tan reinas
abroqueladas por los infinitos marasmos del romanticismo
tan lánguidas, tan magras
por qué tan quebradizas las ojeras, tan pajiza la ojeada
tan de reaparecer en los estanques donde hubimos de hundirnos
salpicando, chorreando la felonía de la vida
tan nauseabunda, tan errática.
Néstor Perlongher
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